A TODOS, GRACIAS.

Bienvenidos a este espacio literario, cuyas puertas están abiertas a todo aquél que desee compartir este maravilloso mundo de las letras, y el arte en general.
Powered By Blogger

martes, 15 de diciembre de 2009

El hombrecito del tren.




Silbando, y confundiéndose con el aire invernal, entraba en la melancólica estación de trenes. Apenas estaba amaneciendo, con un sol sumamente austero, que apenas se filtraba, como tímido, por las escasas ventanas del lugar.
Siempre llevaba consigo su bolsito, remendado con parches que hasta sacó de su propia alma. Ansioso esperaba el de la seis, mientras las masas ,indiferentes, surcaban de un lado a otro de los pasillos, como queriéndose escapar hacia otro mundo.
Empezaba la rutina diaria. En este caso, le tocaba vender bolígrafos (de pésima calidad) a muy bajo precio, como siempre hacía; para ganarse dignamente su salario, que al menos, le concedía a este hombrecito, un trozo de la parte más deliciosa de su orgullo, que había perdido en aquella deseada torta, llamada dinero, codicia y poder.
Sabía que debía aprovechar al máximo aquellos escasos minutos sobre el tren. Debía hacerlo, y bien. Y así empezaba, ofertando con su voz, como perdido en un mar infinito de incomprensibilidad e indiferencia.
Los minutos pasaban tan velozmente, inclusive más que la propia velocidad del móvil. El trayecto era relativamente corto, abarcaba un recorrido de poco más de 20 kilómetros, en donde se encontraba la siguiente parada.
Finalmente, y casi al llegar, logró vender unos cuatros bolígrafos, comprados por un aristócrata comerciante turco, que los aceptó con total amabilidad (Llamativamente.)
El encargado de trenes dio el visto bueno para que sus pasajeros bajasen. El hombrecito hizo lo mismo.
Eran poco más de las siete, cuando se quedó solo en uno de los escasos bares que había en esa parada.
Sentado, y con un bolígrafo que le había sobrado, y un poco papel, se sentó a escribir, para desahogarse y sentirse totalmente aliviado. Escribió todo lo que sentía, incluso lo que quisiese sentir, también. Sintiéndose así, sumamente reconfortado.
Salió de aquel bar con un rostro que expresaba felicidad y a la vez amargura. Como si prefiriese el pasado, mezclado con sensaciones del presente.
Así llegó a su hogar, se acostó en su improvisada cama, y se durmió profundamente.
Silbando, y confundiéndose con el aire invernal, entraba en la melancólica estación de trenes. Apenas estaba amaneciendo, con un sol sumamente austero, que apenas se filtraba, como tímido, por las escasas ventanas del lugar.

1 comentario:

  1. Un gran talento, desde aquellas primeras cosechas en invierno.
    ¡Abrazos y éxitos!

    ResponderBorrar